Napoleón, de Santa Clara.

La noticia me invade. A un amigo, a quien se lo he contado, le parece una señal; a mí un desenlace trágico. Valiente. Pero no deja de irse de mi cabeza. Me ha tomado por sorpresa porque nunca pensé que sucediera: Napoleón, el jaguar del parque zoológico de Santa Clara ha muerto. Se escapó y lo mataron.

Me explico… en agosto cuando estuve en la isla, fui al “bosque” como le dicen los santaclareños al parque zoológico. Mi hija se acordaba de él de la visita anterior, donde “los animales estaban tranquilos y tristes”, fue su comentario. Lo que más le agradaba de la visita era jugar con unos animales de piedra que tiene el parque y que si comparamos bien, son los únicos animales felices que tiene. Siempre he tenido mi respeto por ese parque zoológico. Ya una vez se soltó el león y provocó aspavientos en la zona. Uno de los que lo cuidaba se subió a un árbol y después no sabía como había subido hasta allí. Era una persona de más de 60 años.

Llegamos al parque zoológico, estaba prácticamente vacío a pesar de ser verano. Caminábamos de jaula en jaula, no son otra cosa que jaulas, donde los animales están encerrados (en el mayor sentido de la palabra) y punto, sin mucho intereses y mis acompañantes menores mostraban más lástima que admiración por los animales. Paseando se notaba esa dejadez tropical, los animales tampoco han escapado a esto nos dijimos los adultos. Si un protector de los animales europeos viera esto, moriría en el instante, me comentó -con razón- mi esposa. Ningún animal, absolutamente ninguno, parecía feliz. Flacuchos o super gordos de golosinas, los monos por ejemplo, otros llorosos, rondando de una esquina a la otra, frenéticos, agresivos -a veces-; pero tristes y demolidos la mayoría. Así los recuerdo.

Napoleón, el jaguar, estaba en una jaula -él sólo- de quizás 30 metros cuadrado. Un jaguar en una jaula así es ya un crimen. Daba tumbos de un lado para otro, se echaba y volvía a pararse. Volvía a una esquina y llegaba a otra. Cabizbajo y hasta sin fuerzas. No sabía que se llamaba Napoleón, me entero ahora. Iba y venía sin dar muchas señales de vida, que no fuera este lánguido caminar. Depresivo y obstinado estaba Napoleón encerrado y sin esperanza. Por eso me sorprende su acto glorioso de escaparse, de salir y tratar de encontrar la libertad. La última esperanza, las últimas energías, aunque significara la muerte. De vengarse así de sus carceleros. Una metáfora, me sigue comentando el amigo. Quizás, quizás, quizás… o fue la encarnación del otro Napoleón, el de Francia?

Hoy Napoleón no vive. Al salirse de su jaula, por negligencia de su cuidador dice la nota del periódico Vanguardia, salió como pudo de los límites del zoológico. Saltó la cerca del parque y otra más de una casa donde fue encontrado y la policía lo mató. Dicen que los bomberos trataron de frenarlo y tumbarlo con chorros de agua, pero no pudieron. Vecinos cuentan, y aquí entramos en las fábulas de la calle cubana, que se sabe no conoce límites; que estaba como “loco” el Napoleón, que “corría”, era “ágil y veloz” como nunca lo habían visto, que estaba enfurecido y daba miedo. Su escapada duró una hora y 35 minutos, según cuenta el periódico. Su libertad fue bien corta.

Pero al menos lo logró, me dicen. Es verdad. Lo logró. Salió de esa esquina donde las jaulas, son jaulas, donde los animales carnívoros se han vuelto vegetarianos, donde ninguno de los animales goza de algo de respeto por su hábitat, por su confort. Están ahí, quizás, para eso, para exaltarse y volar la cerca, salir en busca de algo nuevo, algo mejor, algo de libertad aunque esta dure apenas una hora y 35 minutos. Como la de Napoleón, el de Santa Clara. Un señal? Una metáfora? No lo sé. Quizás, quizás, quizás…

Lester Cano Alvarez, Colonia, 02.12.2010.